Había una vez una escuela muy bella que no tenía padres, pero sí detractores y una madrastra que le hacía la vida imposible. Ella llevaba a cabo los trabajos más duros del país y, como sus presupuestos eran siempre tan exiguos y su situación tan precaria, todos la llamaban la Escuela pública. Era tan cándida que pensaba que sin docentes de calidad no es posible una educación escolar de calidad y que la verdadera reforma educativa se juega en el terreno docente.Sabía que esta postura cerraría puertas para los alumnos y docentes, que encontrarían imposible lograr su cometido.
Su madrastra se empeñaba en demostrar a todos que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación podían pensarse como sustitutos de la labor educativa de los docentes y del sistema escolar , por lo que siempre la amenazaba con recortar y recortar, con aumentar la jornada laboral de sus trabajadores y pagar un salario reducido y congelado.
Un día el poderoso de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que había invitado a los magnates y banqueros del mismo.
- Tú,
Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y
preparando la cena para cuando volvamos.
Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.
- ¿Por
qué seré tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su Hada Madrina, una asociación
que le regaló su primer vídeo para que aprendiera a valorarse en su justa medida y comprendiera su verdadera fuerza.
- No te
preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una condición,
que cuando el reloj de la Puerta del Sol dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta para seguir luchando. Y
tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.
Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza
que bailó con ella toda la noche sin averiguar su verdadera naturaleza. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban
quién sería aquella joven.
En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó
sonar en el reloj de las doce.
- ¡Oh,
Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó.
Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Poderoso recogió asombrado.
Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Poderoso recogió asombrado.
Para encontrar a la bella joven, ideó
un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a
recorrer todo el Reino, pero, como ese zapato no era el apropiado, jamás la Escuela pública lo reconoció como suyo. El final del cuento aún no se ha escrito,depende de todos nosotros, porque "Yo soy de la Escuela pública"... , y esto es la realidad.